El problema
con estos rusos-ucranianos, hijos de este lado del Río de la Plata, aprendices de
mito con elfo y vodka, es que primero te fundan la amistad en un par de
temporadas, y pasas tiempo con ellos en el sótano de un verano a 30 y tantos de
temperatura, entre estanterías y libros con datos de guerras y alguna que otra
poesía, luego compartes una o dos cervezas, y te ríes de sus intentos de
peleador callejero, y te haces fanático de su música y de su compañía para
distraer las horas: te hacen la doble pirueta de invitarte a grupos oscuros, se
te van metiendo así como si cualquier cosa entre el alma y los huesos, como si
se tratara de improvisar cadáveres, de dejar papeles rayados: tienen el cinismo
de invitarte unos cigarros largos, larguísimos, con un humo que no huele a
estepa sino a estación de trenes en Retiro. Estas aves de mal agüero con sus
mechas al viento, ríen y te comparten un andén, y uno se dice –fumando, y viéndoles
el bigotillo de Herr doktor, la
malevolencia tras los anteojos–: ¡pero vaya!, por todo el oro en los dientes de
mi abuelo, ¡si este tipo es bueno!, qué corazón, lujo de sirenas…. ¡Y ahí estás
jodido! En ese preciso instante te das cuenta que aquel amigo tiene una sonrisa
KGB, y cuando menos te lo piensas, te venden sin que te enteres, ¡una bicicleta
sin frenos! Cuando ya te tienen domesticada la duda, ¡zas!, y con la bicicleta
se te hacen imprescindibles en el afecto, y vaya usted a barrer el reguero de
sueños que dejan en la casa. Estos impresentables que se presentan de
camaradas, son mercachifles de malos consejos, trashumantes de motivos y
excusas para cagarse a pedradas toda certeza. Estos señores de buena estatura,
te abrazan y sonríen mientras te dicen: “la bici no frena bien, y trata de no
recorrer más de 50 kilómetros”, y como si al corazón uno le dijera la cosa así
nada más, y sabiendo que iremos más, más lejos. Pero estos alegres mercaderes
de desastres, de alguna extraña manera son un faro loco para las noches de
amistad con la cuchilla, lo que digo, se te meten en el afecto, ¡y qué más da!,
brindar por la buena salud de nuestra locura. Pero eso sí, quede bien claro,
que son peligrosos, que son unos desalmados, y si alguien los encuentra en la
calle, esconda bien su dinero, que lo más probable es que termine cuesta abajo,
con una bicicleta sin frenos, sintiendo todo el viento, todo el sol, y toda la
lluvia, justo en la cara.