lunes, 9 de diciembre de 2013

Rusos y Bicicletas


El problema con estos rusos-ucranianos, hijos de este lado del Río de la Plata, aprendices de mito con elfo y vodka, es que primero te fundan la amistad en un par de temporadas, y pasas tiempo con ellos en el sótano de un verano a 30 y tantos de temperatura, entre estanterías y libros con datos de guerras y alguna que otra poesía, luego compartes una o dos cervezas, y te ríes de sus intentos de peleador callejero, y te haces fanático de su música y de su compañía para distraer las horas: te hacen la doble pirueta de invitarte a grupos oscuros, se te van metiendo así como si cualquier cosa entre el alma y los huesos, como si se tratara de improvisar cadáveres, de dejar papeles rayados: tienen el cinismo de invitarte unos cigarros largos, larguísimos, con un humo que no huele a estepa sino a estación de trenes en Retiro. Estas aves de mal agüero con sus mechas al viento, ríen y te comparten un andén, y uno se dice –fumando, y viéndoles el bigotillo de Herr doktor, la malevolencia tras los anteojos–: ¡pero vaya!, por todo el oro en los dientes de mi abuelo, ¡si este tipo es bueno!, qué corazón, lujo de sirenas…. ¡Y ahí estás jodido! En ese preciso instante te das cuenta que aquel amigo tiene una sonrisa KGB, y cuando menos te lo piensas, te venden sin que te enteres, ¡una bicicleta sin frenos! Cuando ya te tienen domesticada la duda, ¡zas!, y con la bicicleta se te hacen imprescindibles en el afecto, y vaya usted a barrer el reguero de sueños que dejan en la casa. Estos impresentables que se presentan de camaradas, son mercachifles de malos consejos, trashumantes de motivos y excusas para cagarse a pedradas toda certeza. Estos señores de buena estatura, te abrazan y sonríen mientras te dicen: “la bici no frena bien, y trata de no recorrer más de 50 kilómetros”, y como si al corazón uno le dijera la cosa así nada más, y sabiendo que iremos más, más lejos. Pero estos alegres mercaderes de desastres, de alguna extraña manera son un faro loco para las noches de amistad con la cuchilla, lo que digo, se te meten en el afecto, ¡y qué más da!, brindar por la buena salud de nuestra locura. Pero eso sí, quede bien claro, que son peligrosos, que son unos desalmados, y si alguien los encuentra en la calle, esconda bien su dinero, que lo más probable es que termine cuesta abajo, con una bicicleta sin frenos, sintiendo todo el viento, todo el sol, y toda la lluvia, justo en la cara.