lunes, 17 de noviembre de 2014

EL CAPITÁN ALCARIO


Al principio el calor y el hambre nos molestaban: pasábamos la mayor parte del tiempo en cubierta, echados en el piso, con la lengua colgando, las manos trituradas; nuestras uñas crecían a un ritmo desmesurado; envueltos en una nube de moscas como astillas de tiza, que revoloteaban incansablemente buscando nuestras axilas, o se posaban en la punta de nuestros pies sucios. El aire era un exhalación difícil y caliente, un amasijo de barro, lienzo, acrílico, mierda y luz, como martillos o moléculas perforando el lóbulo frontal, como una aureola a veces triste, a veces mágica de cosas por venir. A la luz de la bombilla nuestros ojos se demoraban en necio aferrarse; dijimos, sonriendo como el condenado: nuestro viaje reposa en un objetivo, hay una meta, nadie conoce ese lugar adonde llegaremos, ¡pero existe, lo sé!; es imposible, no fuimos arrojados al mar; con estos pensamientos nos engañábamos.
Luego vino la lluvia, como el recuerdo, y el crujir de la madera, sacudiéndose su sueño de húmeda sal, y el hambre no mermaba y el tiempo de pronto se hizo ese gran vacío líquido: rojo, rojo sangre; un sol de agua: cazamos algunas gaviotas (todos saben que comerse estas aves es de mal agüero) y las despellejamos y destripamos con nuestras propias manos, llevadas como en un sueño, ajenas a nuestra voluntad, guiadas acaso por la voz de un instinto más antiguo que cualquiera de nosotros; y comimos hasta que caímos sin conocimiento, hastiados de plumas; nos tumbamos bajo la lluvia, enrollados como perros, delirando por la fiebre, felices. El capitán Alcario nos vigilaba sin decir una palabra, sus dados ya casi redondos de tanto rodar, su brújula de cortocircuito marcaba siempre el rumbo, a contramano de las huellas, a naufragio seguro; nosotros, cabezas de toro herido, hombres famélicos que persiguen relaciones más justas con el mundo, el enunciado que salve la razón, la verdad en cada objeto, el nombre y la medida, pero que jamás se abandonaron a lo profundo de las cosas.
El capitán Alcario pescaba sirenas de branquias luminosas para distraerse; vio tetas y llanto, miembros mutilados, arrasados por su propia agudeza, ¿hay algo más aquí?, se preguntó: sí, eso que ves ahí, la modernidad, el fragmento, es el mundo: apenas un ola roja que arremete contra la tranquilidad de nuestro cielo, la marea que se abre como un gran sexo de mujer, el horizonte siempre lejano, todo inalcanzable, espejismo; esto, lo que cabe en su mano y es infinito: volvió el calor, su barba crecía enredando escaleras, la braza del insomnio, ¡nadie duerme!, gritaba el capitán Alcario, ¡nadie duerme!, y nos fue ciñendo anzuelos bajo los párpados inflamados y nos perseguía por el barco con un taladro, y la noche era roja, de un rojo metálico, de un azul turquesa, de una textura por momentos asfixiante: es que no estamos preparados.
Al desaparecer el tiempo bajo las olas, se anulan los segundos en un fondo de formas. Se satura el lienzo-espacio para desaparecer como seres temporales, no hay avance ni progreso, sólo una piel grumosa que busca el contacto, es vano todo intento de poseer alguna continuidad, ¡nadie duerme!, gritaba el capitán Alcario: duerme la razón, déjenla que sueñe, liberen a la locura de ser su espejo, su fondo, su revés, su justificación, no estará más en su centro, abran el abismo, el mito, el ritual, y ¡nadie duerme!, el tiempo es constante devenir del espacio; casi no se puede respirar, capitán, nos excede por un momento la ira y la ternura de sus visiones: nos amarramos a los mástiles en este caer fuera de toda certeza: bosques de brazos mutilados, cabezas trasplantadas, sexos que brotan inocentes y en azul, espaldas violetas, todo nos satura, nos acecha, nos hiere, y el capitán hace girar con más fuerza el timón: el gran océano de las palabras, de los significados y los símbolos, es ahora un mundo de tendones rotos, ¡remen!, ¡remen!, grita, remen hasta que los huesos revienten y la pupila salte de sus goznes, hasta que se desquicien las puertas.
Entonces supimos que nadie dormiría, que esta noche era interminable y acaso jamás saldríamos de ella. Se nos exigía ser puros y valientes para iniciar el recorrido.
·        “El sueño de la razón produce monstruos”. La fantasía desbocada solo engendra pesadillas, es la razón quien guía a la belleza, pero, ¿por qué mecanismo esta belleza sólo puede reflejarse en los espejos de la racionalidad?, ¿quién declaró nupcias entre Dionisio y Apolo, y puso al segundo como censor del primero?, ¿y si la belleza fuera un desgarramiento, una pesadilla, y si la razón durmiera acaso otro poco más, liberando los parentescos simbólicos? El mundo visto a través de los ojos de Dios es locura. Ella es ese momento en que Tiresias vio desnuda a la diosa, su castigo fue la ceguera, a cambio le dio el poder de predecir el futuro. A través de la locura se filtra un nuevo orden, más azaroso, más potente. La locura es devenir, amo y señor, bestia y soberano, molécula, vegetal, mujer, devenir en todo, a cada instante, ángel, barro, devenir rojo, rojo sangre, las pesadillas están hechas de nosotros, de nuestras propias manos, pero no lo vemos con claridad. La locura está atada un paso antes de la racionalidad, es un recordatorio de eso que perdimos, y de lo que aspiramos a encontrar, pero, ¿y si quizás no perdimos nada?, mientras el barco se tambalea en el inmenso océano, huérfano de todas las seguridades, hazme una máscara, quiero confundirme, quiero disimular este pájaro; para embarcarnos debimos perder la orilla, nadie recuerda ese lugar del que partimos, acaso lo reconoceremos al llegar, mucho tiempo después: no hay nadie en el hogar, nadie nos espera, Penélope se ahorcó, la espera fue, quién lo sabe, su locura. Vamos a derivas de una razón que un día soltó la bomba y que domesticó el paisaje, una razón que nos hizo herméticos, higiénicos, correctos, individuales, privados, ¿es la razón, o hemos estado soñando? Capitán, ¿quién mora en estas oscuridades?: déjala dormir, oigamos juntos el cantar de los seres nocturnos (la noche es un incendio de estrellas, ¿y cómo sabes que es de noche o que hay estrellas?, ya verás), búhos, travestis, siluetas de los segundos en el  big-bang; estas figuras ardieron en una danza de apenas instantes, fue toda la libertad posible, tiempo antes de la invención del mundo. Luego inventamos las horas, las tuberías, la decencia, el lenguaje nos traicionó, o nosotros a él. Ahora sea tiempo de engendrar monstruos: ahora es necesario y urgente, ahora que la mayoría de las barcas atracaron en hospitales, el vagabundeo terminó, su viaje quedó limitado a paredes blancas, y el viento salvaje de las velas cesó a la llama dulce de una lista de palabras ininteligibles: Aripiprazol, Asenapina, Clozapina, Olanzapina, Quetiapina, Risperidona, Ziprasidona, palabras como de conjuro o de encantamiento, pero de baba o miedo. Acaso sea urgente naufragar, aquí, en un trazo-golpe-herida de pincel.
Entonces el mundo cedió. El papel corrugado del viento nos arrebató nuestro rostro, y a la intemperie ofrecimos el calcio de nuestros huesos, los músculos en fiebre. El capitán cantaba alegre en la tormenta, ¡remen!, ¡remen!, felices los que lo han perdido todo, las horas son todas nuestras. Abajo. Hasta el centro mismo. No hay centro: ¡remen! Nunca dejen de remar.
Y el mar furioso como un corazón herido, se alzaba altísimo sobre nuestros enunciados verdaderos, sobre el propio olor de las flores: las calles con semáforos, los sillones, los altillos, la metralla y el polen, el talón de las putas, el marco de fotos, los techos a dos aguas, las bicicletas, los tiquetes de tren, la caspa y el altar, como un arañazo invisible, todo se estremeció en nuestras costillas, todo nacía: como mineros ensangrentados la tripulación emergía radiante, como adanes, como planetas; ¡como partículas de arena y hierba que saltan de la embestida del verano! El capitán guiaba la nave por las crestas de sus venas: dijo, no hay arte ni mundo, si no estamos pariendo, no hay belleza que al secreto no robe su intimidad, que la nave se hunda en ángulo de cuarentaicinco, todo a babor, la frente más y más deseosa de penetrar en esa selva saturada: acostumbrados al desierto, a la soledad, los paisajes del capitán Alcario parecen cercarnos, jamás nos esperan agazapados, por el contrario salen a nuestro encuentro, nos gritan, escupen y ponen zancadilla: es difícil respirar aquí, las formas tienen dientes para roer supuestas culpas que llevamos, nos sentimos de forma extraña, como presas, en este deambular por el lienzo de su delirio, el capitán nos persigue: él es el perseguidor.
Y sin embargo, hay una dulzura en nuestro viaje: amarrados para no sucumbir bajo las olas de su sueño, desgarrados como fantasmas, vemos una luz, una pequeña grieta en la que se filtra la vida, y quizás si podemos seguirla, si podemos ser fieles, entonces la grieta se expanda, poco a poco, hasta cubrir más, es una sospecha.
Ahora la lluvia. Sabemos que no hemos terminado. La noche se extendió, azul sobre el mar rojo: nadie dormiría; supimos que el capitán Alcario había ofrecido el peso total de su alma, por ser así un poco libre; que si bien todavía lo ataba la amistad con las aves migratorias, y enamorado iba de unos ojos, jamás renunciaría a la búsqueda.
Nosotros tampoco debemos renunciar. No ahora. Ahora un esfuerzo más. Sin otra vez. Ahora. Ahora. Perdernos en ese bosque, en ese rostro roto, en esa pupila. Ahora todo lo que puede ser intentado. Ahora demorarnos. Habitar la pintura. El sueño. Jugarnos a contracorriente el alma, los besos. Capitán, esta es su tripulación. El viaje durará acaso mucho tiempo, nadie nos prometió un descanso, una corona. El horror, la dulzura de la carne que tiembla, de las manos que acarician, de la sed que nada apaga, esa es quizá toda nuestra recompensa. Ahora. Ahora. Ahora. Irnos, remar, buscar, explorar palmo a palmo el paisaje que es piel, que es intento, emergencia, algo que debe suceder de un momento a otro. Ahora los valerosos. Mil veces vencidos. Mil veces muertos. Mil veces nacidos del aliento de un pincel. De un hombre solo. Los ojos llenos de agua de mar, y el grito de témpera o acuarela, en la punta de la lengua.            


lunes, 6 de octubre de 2014

Retrato (de pie mientras)





Su silueta se recorta a través del escote de la puerta
Perfumados los adjetivos, los labios buscan sin interés una palabra
Que la distraiga del tedio, entonces le digo:
Mira, esto es una vértebra de ballena.
Las ballenas son cetáceos de gran tamaño
Una de ellas se tragó hace mucho a un hombre
El pobre no tuvo más remedio que abrir una tienda de repuestos.
Ella mira y dice: ¡Ah!
Cruza las piernas, acaricia a la gata
Se asoma por la ventana, observa el telón de edificios
Las nubes atornilladas al aire y sobre las antenas de televisión
Ve los balcones vecinos, la arquitectura francesa
La fachada sucia, o quemada, o vieja, o empobrecida del cielo.
El agua en potencia sobre los letreros luminosos de las pizzerías
Y dice: ¡Ah!
Su cuerpo y el tiempo suelen ir separados
Discreta es la huella de su acontecimiento que deja todo patas arriba
Una y otra podrían irse por el ascensor [de un momento a otro].
No hay complicidad que llegue a retenerla
Calza lo mismo que el olvido, cuántas coincidencias más serán necesarias
Al final otro día ubicará las tres de la madrugada y volveremos a repetirnos.
Ojea mis libros, busca páginas
Juega a destripar una bombilla, esculca el pasillo, pierde tiempo en el techo
¡Ah!, dice, la geometría, los paraguas
Es tarde, hay tanto por hacer
Las horas, las palabras, el después
Tanta cosa cierta que hemos perdido, mero delirio epistémico
Solo excusas para llevarme a la cama, nada más.
Entre su cuerpo y lo que falta, el tiempo que se hace de ecos
La piel se desvela y rabia, nada más, nada para recordar
Nada a qué aferrarse, del paraíso nos queda la tortícolis
Tender el hambre sobre cualquier objeto filoso
La cuestión es cuando el rayo nos perfora y nos deja intactos
Y debemos proporcionarnos así nuevas heridas. 
***  

miércoles, 1 de octubre de 2014

El hombre más alto de la tierra



Yo soy el hombre más alto de la tierra:
Mi nombre lo he olvidado hace tiempo, o quizás nunca tuve uno.
En el 40 empecé a vagar con una banda de jazzistas
Mientras hacia algunos trabajos para la mafia
Y alimentaba a las palomas en un parque cercano.   
No sé el nombre de la mayoría de las flores, mucho menos el de los pájaros
[Supuse que si a ellos no les molestaba saber el mío
Yo no debía volverme pesado con este asunto].
Como dije, he vagado la mitad de mi vida.
Si bien, mi deseo inicial era pertenecer a la fuerza naval
Me dijeron que por mi altura sería confundido fácilmente con un faro
Lo que generaría un montón de papeleo y un riesgo para toda la compañía:
Por no mencionar a nuestras queridas instituciones.
Así que he viajado todo este tiempo, mayormente a pie
Pues es un trabajo dispendioso doblar mi cuerpo para hacerlo entrar en el asiento
Además, es una barbaridad
Cómo han subido los pasajes de autobús, como los de tren, y ni hablar de los aviones.
Ir a pie me ha permitido en cambio echar un vistazo al paisaje: 
Puedo detenerme sin prisa en una mancha de aceite
O en la forma tan particular en que los peluqueros barren los montoncitos
De cabello de su piso ajedrezado.
Me resulta divertido el sol como leche de coco, todos los colores brillantes de las frutas
Redondas como planetas, los gritos de los negros al llamarse entre ellos
Sus pulmones rosados y blancos de los que escupen monedas y espinas de pescado
[A veces me regalan un pañuelo o un racimo de bananos].
Los niños me confunden con un cocotero y se me trepan sin más:
¿Y los cocos?, me preguntan curiosos
No tengo cocos, porque no soy un cocotero
Soy el hombre más alto de la tierra, respondo yo, pero ellos mueven los ojos de luna
Y se bajan protestando: cocotero chimbo.
A mí no me molesta esto
Incluso hay viejitos que se tumban a mis pies a dormir la siesta.
A veces incluso suspiran sueños
Que yo escucho sin hacer ruido. 
***

Virgilio Piñera




Ya se fue para el infierno, Virgilio Piñera.
Se fue quejándose de la luz
Del empapelado de las habitaciones y de los mozos de los hoteles.
Iba echando pestes de los tritones, en este mar de Miami:
¡Qué inglés ni que mierda!, no les huele a nada la boca.
¡No se les entiende un coño!
Ya se fue Virgilio Piñera, iba dando saltitos de loca feliz.
Poeta ojeroso y sandunguero.
Pronto vendrá otra temporada de abuelitos canadienses de piernas blanquísimas
Pero él ya se fue con sus guayaberas de pezones duros
El verso transpirado de caricias del trópico, con la saliva dulce de la fruta
Y el semen como una lágrima
[Como el ojo de un pez].
Semen de la lluvia contra los tejados, de un cuerpo molido a suspiros
De las buenas costumbres de los amantes.
Pobre Dios. 
Qué solo se va a quedar, sin nadie que le cuente historias:
Como cuando Virgilio se tiraba en su hamaca y su negro le peinaba lar-ga-men-te
La frente anchísima, y le metía vainas raras en la boca
Virgilio decía, circunspecto:
Coño, hoy las estrellas se me figuran otra cosa.
Pobre Dios.
Ha de pensar, ¡vuelve Virgilio Piñera!
Vamos a pasear por la arena, sobre balseritos desmayados.
Cuéntame tú, Virgilio, mi niño
Que no inventaste nada, y eres así, libre.
 ***

Los otros yo: las dos Fridas


Uno

Gombrich, en su libro la historia del arte (2012: 214) nos refiere en el capítulo dedicado a los artistas del siglo XIV, la amistad que había entre el pintor Simone Martini, y uno de los poetas más grandes en la historia de las letras: Petrarca; recordado por sus sonetos a Laura. Sabemos que el artista pintó un retrato de la musa inspiradora del poeta; aunque este retrato se ha extraviado (para bien del misterio), sabemos que Petrarca atesoraba esta reproducción de su amada. Quizás alguna noche repasaba en silencio el esquivo brillo de una mirada, o la leve curva de los labios. Quizás el arco de las cejas le recordaba algo, una tarde, un perfume o apenas una huella, algo perdido y hermoso, una idea pasajera. La apariencia pueril de esta anécdota, que inflamos de suposiciones, se desliza un tanto más allá de su primer contacto a nuestros ojos. Algo esconde. Acaso un pequeña revelación para este trabajo, pero debemos leer un poco más. De pronto nos enteramos que los retratos –como los entendemos hoy– no existían en el medioevo. Los artistas se servían de figuras de hombres y de mujeres, como un molde, a los que solo agregaban el nombre de la persona que pretendían representar.
Entonces nos preguntamos con malicia: ¿qué atesoraba Petrarca?, ¿el recuerdo de una idea, la falsificación amorosa de un nombre que reproduce y llena al mismo tiempo los vacíos? Ya sabemos que dicho retrato se ha perdido, jamás sabremos cuánta similitud guardaba ésa Laura, con la Laura que evocaba el poeta en sus sonetos. Dos Lauras se han perdido sin que podamos evitarlo. Gombrich nos consuela haciéndonos notar que el artista Simone Martini, como algunos maestros del siglo XIV, gustaba de pintar al natural. Y agrega, el retrato tuvo su inicio como arte, en ése momento histórico. Sin embargo, pese a estos dos datos de gran interés para una historia del arte, aún no nos sentimos del todo cómodos, y para efectos de nuestra búsqueda, se abre un punto de partida, mientras quizás en un momento recordemos las líneas iniciales del poema de Borges en el que afirma (en realidad el Cratilo de Platón es el que afirma) que el nombre es arquetipo de la cosa y en las letras de “rosa” está la rosa, y todo el Nilo en la palabra “Nilo”. Bastaba con escribir el nombre sobre el supuesto retrato, el nombre acaso contenía la esencia de esa forma, nombrar a Laura era tenerla ahí, recrearla o inventarla, aun cuando la imagen no reafirmara el recuerdo. No sólo nombrarla, escribir su nombre, tallar una inscripción que la contenga sobre una imagen que busca, entre tantos objetos móviles, efímeros, definirla. ¿Cuántas Lauras hemos perdido ya?
Desde épocas remotas, en un lejano pasado, los retratos se miraron con respeto por creerse que, al conservar el artista la apariencia visible, conservaba también el alma de la persona retratada (2012: 303). En este apartado de Gombrich, dedicado al genial Leonardo da Vinci, y a su enigmática Mona Lisa, vislumbramos acaso una categoría ritual del acto de retratar: el alma se conserva al mantenerse fieles a lo visible, a la apariencia. Retratar involucraba el riesgo, había una apuesta, podía perderse el alma. Resulta curioso, si nos paramos desde la óptica platónica, cómo se crea una pequeña dualidad: debemos atender a la apariencia para conservar el alma de la persona retratada. La apariencia, mutable, fugaz, la más de las veces engañosa, es necesaria para mantener nuestra parte más pura, eterna y perfecta, de acuerdo a los filósofos medievales. El mundo sensible garantiza la permanencia del llamado mundo de las ideas. Más que a una definición de alma, nos acercamos a una manifestación de ella, una emergencia, un lugar de encuentro; conservar la apariencia visible conservaba el alma, pero qué forma esa “apariencia visible”: el contorno de los ojos, la forma del mentón, o de la boca, la punta de la nariz, la frente, ancha, angosta, pálida, o levemente amarilla, el rostro como lugar del acontecimiento, el rostro como territorio donde el alma se manifiesta. Es en esa forma sensible, cambiante por los golpes del sol, el viento, la lluvia, en donde se da una lucha, allí, campo de batalla del devenir, el alma aparece y se conserva. Pero, si sucede que las formas cambian, ya lo hemos dicho, el sol, la lluvia, el paso del tiempo, ¿podemos acaso pensar que el alma también cambia, o quizás su modo de aparecer, de revelarse? No hemos llegado, ni mucho menos, a una definición del concepto alma, pero quizás encontramos una forma amable a nuestra manera de concebir el mundo; el alma se haya ligada en un tipo de danza con las formas sensibles, se desnuda en estas.  

  
Dos

En 1939, cuando la artista mejicana Frida Kahlo pinta el cuadro titulado Las dos Fridas, su vida parecía escindirse en dos. El cuadro fue terminado poco después de su divorcio con el  también pintor, Diego Rivera. Así definía ella su amor, amor difícil por Diego, en su diario (210:235): Diego principio, Diego constructor, Diego mi niño, Diego mi novio, Diego pintor, Diego mi amante, Diego *mi esposo*, Diego mi amigo, Diego mi madre, Diego mi padre, Diego mi hijo, Diego = Yo =, Diego Universo. La relación de los dos artistas estuvo siempre poblada de tempestades, ambos temperamentos libres, como lo definía una canción referida a ellos: un amor entre un elefante y una paloma. Sin embargo, pese a las heridas que se pueden infligir los amantes, no pudieron separarse, como lo muestra la misma Frida, Diego=Yo. Aquí se confunde el límite de los dos seres, ¿dónde empiezas tú, dónde termino yo?, no hay forma de definirlo, no hay forma de ser exactos con este territorio afectivo, las huellas son pequeños trazos, surcos que acaso dejaron su marca en la piel, contorno que se difumina, mi ser cerrado, hermético, ahora se quiebra, se agrieta, devengo Diego, Universo. En este fragmento de su diario la palabra de Frida la abre a una multiplicidad. Este devenir no nos parece meramente intelectual, sino sentido, opera a un nivel epidérmico, se traslada al lienzo (la otra piel). Pocas artistas son tan recordadas por sus retratos. Vemos el rostro de Frida, siempre tenso, duro, las cejas juntas, el bigotillo emblemático, la vemos acompañada de un pericos (Yo y mis pericos, 1941), o con el pelo corto (autorretrato con pelo cortado, 1940), y veces la vemos dos veces en el mismo lienzo.
Una de las Fridas está vestida con traje de Tehuana; los colores azules, amarillos y verdes del vestido fluyen con un fondo de grises, esta Frida sostiene un amuleto con el retrato de su esposo cuando niño, este amuleto conecta una delgada arteria que se enrolla por el brazo de ella, liga con el corazón de la primera Frida y salta al corazón de la segunda Frida, quien vestida de encaje, a un modo “europeo” parece mucho más tensa que la primera. Vestida de blanco, esta segunda Frida se desangra. La sangre que brota de la arteria gotea a la altura de los muslos, mancha de un rojo intenso el blanco del vestido, pese a los esfuerzos que realiza esta segunda Frida por detener la hemorragia con una pinza de cirujano. Las dos Fridas nos observan, sentadas y con los corazones al descubierto.        
Una de ellas, la Frida vestida de Tehuana, representa la parte mejicana de la artista, la parte admirada y amada por su esposo; la Frida vestida con el estilo europeo, representa parte de su historia familiar, las raíces del árbol genealógico judeo-húngaras, ascendencia española, vínculos con esa historia de mestizaje tan propia del latinoamericano. La Frida europea y la Frida mejicana están unidas por una arteria que se desangra, Diego es lo común a las dos, el amor que sienten por él; escindidas luego del divorcio, en cada una permanece él, la sangre que fluye de una a otra es la misma, las dos Fridas separadas, multiplicadas, aún parece que se conectan, en un gesto tan leve, pero que anuda todo el cuadro. Las Fridas están tomadas de las manos. La Frida Tehuana sostiene la mano de la Frida europea, la deja descansar en la suya, reposa suavemente, no aprieta, no fuerza, simplemente la deja estar. La belleza del gesto quizás radique en esa brevedad, en su ligereza. Ambas Fridas, la mejicana, la del día de los muertos, de calaveras dulces, de colores tierra, de hablar con vulgaridades, la Frida de vestido de encaje, la europea, de familiares alemanes, la Frida católica, la Frida pagana, de rituales a Quetzalcóatl, o a Cristo, ambas se desdoblan y se unen en ese momento. Es en este instante donde el devenir y la multiplicidad se conectan, en un territorio común: la piel. Si sucede como aseguraba el poeta Rimbaud, y “yo es otro”, ese otro ocurre siempre en las márgenes de nuestra piel. Todas las Fridas son capas, texturas una sobre la otra que se van yuxtaponiendo, que van dejando sus huellas, sus marcas, su historia.
La arteria une una parte íntima de las Fridas, es su memoria, pero el gesto de la mano, juega el papel de manifestación de toda esa interioridad, el otro del que hablaba Rimbaud anda al descubierto, está a flor de piel. Se deja ver en las pinturas. Como ya lo habíamos marcado antes, pocos artistas son tan recordados por sus retratos como Frida Kahlo; es como si ella hubiera dejado una bitácora de su trayecto, un diario de su dolor. Atormentada por cada una de las operaciones a su columna, por un aborto, o por un divorcio, Frida siempre retrató ése momento, y la Frida que lo padecía no era la misma de la pintura anterior. Es como si todas esas pinturas fueran hechas para que ella las mirara. Espiaba a esas otras Fridas tratando de conversar, tal vez un poco a la manera de Pessoa y sus heterónimos. El rostro se reconoce sin dificultades, sabemos que es ella, pero ¿cuál? Los colores cambian como los atuendos y la escenografía, la mirada, o el pulso que guió al pincel en cada trazo no es el mismo de un año atrás, el retrato escruta al artista, escaba en su contradicción, en su miedo, en su anhelo. La forma es fondo también, sólo ha devenido en un venado herido (el venado herido, o el venadito, o soy un pobre venadito, 1946), o quizás en una columna jónica (la columna rota, 1944). El alma va mutando con sus formas, el alma no se queda quieta.


Tres

Hay una pintura de Frida Kahlo titulada la máscara, de 1945, sobre la cual la historiadora del arte, Andrea Ketternmann, escribe para el volumen de la editorial Taschen dedicado a la obra de Frida (2013:55): la máscara de pasta de papel muestra los sentimientos que el rostro no revela. El rostro se convierte en máscara, la máscara en rostro. En esta inversión de las estructuras radica el juego de las multiplicidades. Frida juega a esconderse dejando todo en el afuera. La piel, que para el poeta Paul Valéry es el órgano más profundo, se convierte en una máscara, que sin embargo, revela.
La Frida adolorida e inválida, coloca varios espejos alrededor de su caballete, a través del reflejo de ellos explora palmo a palmo su cuerpo, y ejecuta sus múltiples retratos. El espejo que la reproduce en distintos ángulos, distintas Fridas, salta al lienzo, una de ellas ocupa el espacio de la tela. ¿La máscara o la real?, ¿qué significa decir la real?, ¿cuál Frida es la que consideramos real, cómo distinguirla? La máscara de la pintura ya no cumple la función de ocultamiento que debemos esperar, sino todo lo opuesto, devela lo que calla el rostro, en su gesto tristón o pensativo arroja un poco de luz al velo de la fisionomía.

En esta orilla sería bueno recordar algunas ideas a las que hemos llegado, en el transitar de nuestro trabajo. El alma se encuentra unida a los poros, es decir, encuentra su manifestación en las formas sensibles que forman nuestra figura, allí se develan pequeños fragmentos de nuestra historia, reliquias de cosas vividas, heridas o sueños. El retrato encuentra su peligro en esta unión. Antes que fijar un rostro en la tela, petrificando el momento, da cuenta de un encuentro, una lucha, una pulsión. Frida es la máscara y la Tehuana; la europea y el venado herido; es Diego, o como dice en su diario: soy el embrión, el germen (2010: 234). Frida en su pintura pinta la dualidad, los opuestos en lucha, reconciliados, sus retratos son umbrales de un instante en el que el alma emerge; entre los pliegues hay dos manos tomadas. Tibio el contacto de las palmas y los dedos, nos permite asistir al movimiento de nuestra substancia vital, allí se anudan todos los Yo, en ese gesto donde las líneas de nuestras manos se doblan y reflectan como en un espejo. Donde se rozan, y casi parece que se juntan. 

domingo, 22 de junio de 2014

Glaréola Describiendo una Circunferencia.



Suma a este pecado con giba, otro fundido de cuerpos,
alevosía u hojilla de barbero que peina girasoles, en boda de bobas
luciérnagas nadando en pliegues unicelulares.
El glóbulo y el ancla, la pantorrilla de dientes para afuera,
glicerina de todas las bocas, medicina húmeda
que avivará el calor de otro pasamanos.
Ya que no cantan los sinsontes gimnásticos, no podrán nunca,
oye, nunca, acusarme que si del ghetto no salí,
o volví tarde a la cita con el globo terráqueo.
Dos húmeros, un tobillo fragmentado, clavícula o clavicordio,
ceremonia de glaucos amaneceres,
dulce gigoló enternecido en una boca, dormido a la sombra
de un sobaco de mujer.
Ya no creo en la llama de la jindama, ya no busco oro
por letanías, ni me hundo por mi propio peso,
descalzo no voy a misa.
Bufará en el termostato, el calefón y el rifle, la luna oirá
de espaldas al mar cómo arriba la ola presurosa, a la puerta
de tu gineceo, donde yo estaré, y tú estarás conmigo,
la giranta única, mi herida en el costado.
No faltará un beso en tu frente caliza, a través de tus venas
palparé tus hombros de mesopotámica,
tu curva secreta, donde el África guarda sus sílabas más preciadas,
y renaceré, como un globetrotter, una bujía,
un pedazo brillante de globulina fosforescente, náufrago
en orillas de un escalón pequeño.
De cubierta con nudillos al sol, a mil leguas de un ombligo,
punteando burbujas de oxigeno, quiera Dios,

olvidado para siempre. 

lunes, 2 de junio de 2014

Y, ¿MI NOVIA?


(Recital “Cinco Cuerdas”, EL TEMPLO DE ALMAGRO, 31-5-14)

¿Te acordás de esos recitales en los que nuestras novias eran todo el público, te acordás de ellas moviendo las cabezas al ritmo de la batería, coreando nuestras canciones, seguro nadie más se las sabía, quién se las iba a saber si no sonaban en la radio, si éramos quizás un montón de anónimos felices, te acordás de sus aplausos llenando el lugar?
Llego temprano, no hay nadie en las mesas, apenas tres fulanos improvisando en el escenario: dos viejos y un chico de no más de quince años (la guitarra parece guindada en su cuerpecito como en un gancho de ropa, pero, ¡mierda cómo toca ese chico!), pido una cerveza, espero. Pasan dos horas y la banda no llega. El lugar es bastante amplio. En la tele dan el partido de Boca-River en México. Bebo despacio mi cerveza: pues arrastro una resaca del día anterior, pienso en algunas cosas, me gusta cubrir este tipo de eventos, me refiero a esta escena under, ¿qué carajos es ser una banda under?, me gusta este discreto placer de los bares escondidos, de los recitales para nadie, antes de los grandes estadios, y los grandes equipos de sonido y luces, me gusta esta sensación romántica: es una tontería de las más grandes: ¿qué clase de enfermo no quisiera tocar para multitudes? Supongo se trata de una sensación de cercanía, de proximidad con la banda, antes de obtener su pase o licencia de ídolos. Van llegando poco a poco los integrantes.
Llegan de dos en dos, con su instrumento a la espalda, como la roca de Sísifo, aunque los diferencia del personaje griego, que sostienen en su mano la mano de una chica, todos, o la mayoría, no lo recuerdo, fue lo que más me impactó. Es como empujar la roca cuesta a arriba, pero con una sola mano, en la otra sostienen un Martini, o una revista porno, cosas sencillas que hacen el trabajo inútil más placentero, casi lo justifican. Llegan y el lugar se va llenando, se acomodan en las mesas, saludan al dueño del bar, ¿te acordás cuando en los lugares donde tocábamos éramos amigos del dueño, era casi nuestro lugar? Con ellos llegan otros amigos, y más amigos, se acomodan en las mesas, piden cerveza, sonríen a la luz azul y roja del bar.
Yo pido mi tercera cerveza, y comento todas estas cosas con mi amiga: no voy solo. ¿Qué tipo de demente va solo a un recital? De hecho ella es la que me hace notar el asunto de las novias, nos reímos un poco, nos ayudamos mutuamente a disimular nuestra soledad, y así estamos autorizados a compartir un poco de música. Ya va siendo hora, ¿te acordás de esos recitales donde estábamos confundidos con el público, en los que hacíamos una clase de tránsito de las mesas al escenario, sin mayores problemas? 
Tocan, las novias aplauden, los amigos aplauden, las novias y los amigos gritan, animan, el lugar parece repleto, se ve un poco lleno, más lleno que a la hora que llegué, pero aparte del número de seres humanos respirando y bebiendo cerveza, se debe al ruido que hacen las novias y los amigos. La banda llena el bar de sonidos, canciones con aires del rock and roll nacional que toda banda argentina tiene en su ADN, pero también, no sé por qué, con tintes que me recuerdan a Jamiroquai, musicalmente la banda parece sobrevolar distintos caminos, su música es colorida en la medida de no dejarse encasillar, del resto se encarga la tribuna de novias y amigos, alientan, contagian, ¿te acordás de esos recitales en que no se entendía muy bien la letra de nuestras canciones, pero a quién le importa, si la música era lo más importante, te acordás de la gente que pasaba para el baño y tenía que pasar justo al frente nuestro?, el sonido no es el mejor, quizás ser una banda under es cuando la letra de tus canciones no se entiende bien, por el sonido estándar de los bares, eso hace la banda under, toca con fuerza, canta, se limpia el sudor, limpia los anteojos, canta para que las novias y los amigos coreen, ¿algo más importa?, ¿te acordás cuando la vida era quizás más simple?, no, no me acuerdo, la vida siempre ha sido igual de compleja, la vida nunca ha dejado de ser una mierda, pero mientras tengamos novias y amigos, vamos a tener una ventaja, como yo, que luego de ocho años aún conservo esta amiga, y peleamos y herimos y nos emborrachamos también, eso es una ventaja. Las novias y los amigos cantan y gritan y aplauden y corean, y la banda toca, toca para ellos. Antes de ser/hacer una banda hay que tener novias y amigos, es indispensable, sino no se tiene un carajo. 

lunes, 26 de mayo de 2014

Ya tomé mis medicamentos





PLACEBO: 12-4-2014 (Estadio Malvinas Argentinas)

Es bueno ver (sería más justo decir: es bueno oír) que pese a todos los loables intentos de los defensores de la “buena vibra”, la vida sana, y el carpe diem musical, los depresivos no hemos sido callados del todo, aún tenemos nuestro espacio. Incluso a pesar de nuestros máximos ídolos. Brian Molko –vocalista de Placebo–  había definido el penúltimo álbum de la banda (Battle for the sun) como eso precisamente: una batalla por el sol, por la luz, y quizás algún tipo de redención después de lo que había sido la oscuridad hermética de un trabajo como Meds: himno de suicidas, marginales, jovencitos atormentados pendiendo de un hilo de aguja (de heroína en la mayoría de los casos). Loud like love, el último disco de estudio de la banda, parece querer adentrarse en esa habitación un tanto más colorida: el diseño de tapa del CD, es una explosión de colores vivos, psicodélicos, es ruidoso, como el título lo indica, pero un ruido distinto, quizás, similar a un big-bang, o los minutos antes del big-bang, es algo raro de describir.
Sin embargo, ese sábado 12 lo entendí. Ahí estaba la banda: Brian Molko, el andrógino de negro impecable, Stefan Olsdal, altísimo con cara de ingenuo, y la última incorporación a la banda, luego de la partida de Steve Hewitt, en la batería, Steve Forrest: este Steve rubio y lleno de tatuajes, con pinta de surfer, o modelo de ropa interior, con cara de estar en el lugar equivocado. Brian había depositado en él la necesidad de traer un aire de frescura y optimismo a la banda, lo cual resulta evidente por la forma frenética en la que Steve-rubio golpea los tambores. Lo entendí cuando tras la apertura, en un meloso, malévolo y genial tono de voz, volvió al castellano en un arma afilada para decir: buenas noches, mi nombre es Brian, y mi banda se llama Placebo. No sé por qué en ese instante lo supe. Estaba en un lugar seguro, acompañado de hermanos maniacos-depresivos, rodeado de jovencitos que tomaron sus medicamentos antes del concierto. A pesar de los más heroicos intentos de una de las bandas (para mí, que no sé una mierda de música, lo acepto) más relevantes de estos últimos tiempos: sino relevantes, sí originales, putamente crudas. Lo supe, incluso la redención en Placebo viene rodeada de un halo de luz fría: es humana, en la medida en que no es optimista ingenua, pues mantiene un aire de mueca, de ruina, de sarcasmo, una breve y apenas perceptible baba de oscuridad, vital para hacernos apreciar mejor la luz de la que la vida brota. Los depresivos estábamos salvados.
Un show que repasó lo mejor de su carrera, y en el que la banda sonó como un grupo de cuervos luminosos (no sé muy bien qué significa esta metáfora, tal vez nada), seguidos por una guitarra de apoyo y un violín, de lo demás se encargaba el poli-funcional de Stefan, con el bajo y un teclado, Steve-rubio con una presencia que al tercer tema se convirtió en una urgencia innegable, y Brian, con esa voz gangosa, de muñeca asesina, de actriz luego de años de fumar, Placebo, tocaba para un grupo que imaginé más amplio (los depresivos somos una especie en vía de extinción), y sus canciones nos iban llevando por un Leteo de aguas brillantes, re-versionando clásicos como Meds, o Blind, mucho más lentos, como si nos permitiera apreciar un poco mejor la letra o nuestros recuerdos, mezclados con temas del último álbum, para regalarnos una pequeña epifanía: Placebo era un viaje por terrenos de oscuridad y luz, era un camino de contradicciones con ascensos y descensos, el show se centraba en eso justamente asistir a las multiplicidades de la condición humana.

Valió la pena el frío que soportamos a la salida del concierto, esperando un tren que hacía eterna la espera. Valió la pena enfermarse después. Las horas de espera en la fila, el frío: por un momento pensamos que todo hacía parte de un gran performance para doblarnos el alma y crear la atmósfera justa para el recital. Todo lo anterior y lo posterior queda en el territorio de lo justificado, por un par de horas en los que podíamos sentirnos oscuros y un poco vivos.  

lunes, 7 de abril de 2014

Jueves 12:00 pm. QUEREMOS ROCK!




Desde una pared Jim Morrison, Pappo, Luca Prodan, Jimi Hendrix, Led Zeppelin nos miran. Son un pequeño olimpo de posters de 2x3 –bañado por una luz azul–, petrificados en gestos eternos, que, sin embargo, nos juzgan: hay espacio en la pared, pero, ¿llegaremos ahí? Quizás algún día, alguna otra noche lluviosa, luego de compartir unas pizzas y algunas cervezas, un grupo de amigos entre a un bar semi desierto y encuentre esa pared con Pappo y Led Zeppelin, y a un chico empuñando un bajo, con lentes oscuros y movimientos que recuerdan a Mick Jagger (un Mick que si no recuerdo mal, falta en esta pared). Entonces alguien diga con gesto de normalidad: ¡ah, Pirutecnia!

Entonces quizás esta noche resulte memorable, al menos para unas veinte –o veintidós– personas. La pequeña reunión en el camerino (que parece sacado de una película sobre bandas Punk), todas las risas, el humo, los abrazos, las fotos que luego se pierden, o que nadie vuelve a ver, excepto un montón de años después, en colecciones impensadas. Entonces nadie recuerde el nombre de cada canción tocada esa noche, pero sí los movimientos a lo Mick Jagger, y los lentes oscuros, quizás un par de chistes entre canción y canción, quizás algunas líneas de bajo, y la atmósfera creada por la guitarra, en sincronía con los golpes de batería, y hasta con los desperfectos del teclado; que pese a todo, aparecía en los momentos justos.

Tocar para veinte o veintidós personas y hacerlos aplaudir debe tener algún mérito, moverse con tal desparpajo por el escenario, emplear a fondo las habilidades histriónicas, cantar sobre el odio al dinero, rellenar el cliché en favor de las mujeres y del sexo, todo camino del infierno, debe tener algún mérito. Comportarse como una banda de super stars, haciendo parte de esa ambigua escena llamada under, de bandas que tocan en bares desiertos, para veinte o veintidós personas, debe, no hay duda, tener algún mérito.

Pirutecnia se dio ese lujo, mientras sus integrantes se sacaban las remeras, e intercalaban entre su arsenal de canciones propias un cover de un cover (“triste canción de amor”, un tema que aquí en la Argentina se hizo famoso gracias a la banda La Renga, pero que en realidad pertenece a esa voz de aullido desafinado del mexicano Alex Lora, líder del TRI), para el que invitaron a un saxofonista amigo, creando la receta perfecta para veinte o veintidós personas cantando en coro. “Gold on the ceiling” cerró la lista de covers, apropiándose de los saltos provocadores de la guitarra de los Black Keys. La banda supo manejar lo propio y lo prestado, operando tiempos, manteniendo animados a los espectadores (hay mucho de teatro, lo reconoce el vocalista y líder de la banda, y suma: la idea es divertir). Canciones de duración ajena a los formatos comerciales, que no aburrían ni te hacían mirar el vaso vacío de cerveza y pensar ¡mierda, qué costosa que está!

Al final, luego de una hora y algo, todos estábamos felices, algo ebrios, y felices, aunque en alguna parte de nuestro consciente no-rockero, sabíamos que le habíamos robado al cuerpo demasiadas horas de sueño, y que mañana había que trabajar. Lo curioso es que la banda de seguro también lo sabía. Al menos su vocalista lo sabía. Y es curioso verlo a plena luz del día moviendo cajas. No luce como el chico tatuado que toca el bajo con actitud arrogante. Ahora va de un lado a otro apilando cajas, haciendo algún chiste al pasar. Quizás eso marca a las bandas under: la necesaria duplicidad para mantener vivo un sueño. El negociar con el capital de día para escupirlo de noche, ser algo de Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Para regalarnos pequeñas noches memorables. Eso es rock.