De tanto andar monte fui sacando callos en los pies,
peregrino, me dijeron, me nombraste, de dunas infinitas, aclaraste, piedad de
tu estima, con un verso pobre, pero me sentó bien
Y tuve un bastón multicolor, de orgulloso puterío, un
pajarraco entrañable me enseño que no hay realidad posible, que no hay nada
descrito en códigos asimilables a papel o siquiera aire
Por estas aguas anduve, borracho, sepan de una vez, no
hay sorpresa ahí, pues ni mundo ni tus ojos de miope estrella, de qué sirve
entonces mi ajuar de racional, y las 24 horas de mi desenterrar fantasías, no
me importó pedir aventón a la primera flota de papagayos
Así, sin tu hombro, nazareno al trote de cualquier
miserable sueño, anduve con mi bastón tornasolado de días a intemperie, sin
consejo, sin ropa limpia, viví de la promesa del aguardiente, tumbado en hamaca
a dormir a pierna suelta la responsable idea de ser, si no hay realidad
palpable
Toda interpretación, condicionada mi pupila por mi
complejo o un mandato mal curado, para qué toda la prisa, qué es este afán de
glorias, y jimenas, y lo que fuera clavel de absolución, no me sirvió nada que
más que la huella pequeñita de tus sandalias, tus bifocales para traducirme la
luz
Crié juanetes de tanto andar trocha desconocida, con
mi bastón heredado al azar, a un pajarraco fumado de tabaco fuerte, a una
mirada tan azul, no como este río sucio, caminé todo lo que me dio la gana,
sino hay cosa concreta a que aferrarme o colgar mi ropa mojada, no hay cable ni
patio ni mujer que espere a mi cuerpo tenso junto al suyo, me di a beber sin
norte
Vagabundo, errante bebiendo del pico transparente, me
meneo suavecito con al viento, el vaivén del barco, las estrellas, los
planetas, las charlas felices que sonaban a boleros, hombres irredimibles por
la fe de sus corazones, rengo remonté cada sendero, amanecido y con resaca de
un sueño insignificante.