Cuando mi negra se muera, me voy a
hacer una canoa con su cuerpo, pa´ remontar el río. Mi río Atrato, ancho como
las caderas de mi negra; mi río Timbiquí, lleno de voces, y de pájaros, como la
misma voz de cascabel de mi negra: ahí la oigo que me grita: “vení, vos,
diablo, ¡dónde se habrá metido!”. Voy yendo, mama buena, vengo de andarme por
esa tierra donde se ensayan relámpagos; mirá cómo llueve con su alboroto de
monos aullando felices, en las ramas de los árboles, lanzándole pepas de mango,
al reflejo de la luna en el agua. Mirá cómo sale San Pedro a lavarse la túnica
en el aguacero. Tiene la melena toda alborotada y los dientes sucios de mascar
tamarindo. Amanece. Me voy volviendo negro. Con la bemba colgando, con la bemba
que te llama, negra mía, en el cuero de los tambores, en mis palmas coloradas,
¡que por qué!, de tanto palmear la tierra. La tierra estaba todavía caliente, y
era un amasijo sin forma y una bola caliente y un pedazo de fruta y un barrizal
de cielo, cuando salimos a llamarte y los guacamayos aún no habían aprendido el
arte de los telegramas; y te llamamos, golpeando con la palma abierta, esta
tierra blanda que nuestras manos en su repique, fueron amasando; nos fuimos
tiñendo de rojo-naranja, desnudos en la planta del pie, y de la entraña fresca
de la selva te oímos cantar.
Era una voz venida del hondo socavón de tu alma,
oliendo a cadena, a dulce, a madera mojada, a fuego viejo de otras sílabas
aprendidas en el primer día del mundo, cuando Dios tirado en su hamaca dijo:
“esa franja de lluvia que ven ahí, es el río; cuando yo me muera, me hacen una
pira de grillos, y una canoa con este pecho y unas velas con esta barba, y unos
remos de mis dos cejas, y van y pescan bagres y truchas arcoíris, y compran
mucho aguardiente, y se emborrachan todos en mi nombre, que yo pago luego”. ¡Ya
me voy volviendo negro!, más negro, ahí me crece la selva en el esternón, se me
entiesa todo el lomo, ya voy, negra, que ya voy, a juntarme a la rotación de
tus tetas, apretujado al ritmo de tu lengua, al sudor telúrico que se te sale
por la risa. Se me va tiznando la frente, oscura la nariz de boxeador, carbón
de orejas y pómulos. A mi negra le gusta verme amanecido en sus besos. Cuando
mi negra se vaya, voy a despelucar un ramo de nubes para hacerle dos aretes, me
voy a colgar sus collares pa´ subir, corriente arriba, a las fiestas de la
virgen, que llenan el agua de flores. Mi negra anda descalza, mi negra libre,
sus piernas que me ciñen, me aprietan, me exprimen, me comprimen, y me chupan, sus piernas que son
dos troncos, que son las orillas de mi noche, que son la noche y las estrellas
como perlas transpiradas de sus ojos. Cuando ella se vaya con la humedad del
día que comienza, yo me iré a vivir al corazón de una papaya. Ya me voy, estoy,
me voy haciendo negro, se me estiran las vocales, que por qué tengo ojos
amarillos y grandes, que por qué tengo branquias, me voy, ay mamá, me sube el
ritmo en un mareo, qué es esto que me quema en la cosquilla, se me dora el
alma, se me hace semilla, selva que suda, que ruge, que pide, que vive, ay, por
mi negra, si se me muere se me muere la risa, pero me iré por mi río a echar
las redes, con mi negra, con sus tetas de trasatlántico portentoso, rompiendo
las olas marrones, sucias de domingo.
Me voy, que ya me hago negro, las consonantes
de aceite de coco de su amor, sus calzones diminutos, sus pedacito de alma
hirviendo de noche, llenando este reguero de oscuridad, con estrellas, vení,
vení mordeme aquí, chúpame acá, tocá,
agarrá, sobá, frotá, cantá, bailá, me voy haciendo negro con su negrura, mi
negra, mi piel se tensa, ahí la tambora, en el bohío, juntos en la choza, vení,
vení, arañame, pinchame, tócame, ve, un poco, un poquitito, más, apretá,
apretá, apretá, apretá.